BERLÍN/ESTOCOLMO.- ¿Escuchar la canción que uno quiera cuando y donde sea? En el pasado, esto era inconcebible. Los adolescentes pasaban horas en las tiendas de discos para descubrir nuevos álbumes. Cuando la canción favorita sonaba en la radio, los jóvenes la grababan inmediatamente en un casete. Y no pocas veces visitaban el bar que tuviese la mejor rocola. Sin embargo, la llegada de Internet cambió radicalmente la industria musical. Y Spotify, que el 7 de octubre de 2008 se conectó a la red en varios países europeos, jugó un papel determinante.
Primero, en la década de los 90, la invención del formato MP3 permitió subir a Internet toda la música como copia pirata, muy a pesar de las otrora poderosas compañías discográficas. El servicio de distribución de archivos de música Napster se convirtió en el símbolo de la nueva era. Cuando el modelo de negocio de la industria parecía esfumarse, Apple lanzó un salvavidas: el reproductor de iPod y las descargas de iTunes a 99 céntimos la canción convencieron a los consumidores para que volvieran a gastar dinero en música. El siguiente paso fue el streaming, que hizo innecesario guardar los títulos en el dispositivo, ya que las canciones podían ser reproducidas directamente desde la red. El éxito de este modelo está asociado de con el nombre Spotify.
Sin embargo, la empresa sueca no fue el único servicio de streaming. Plataformas como Rhapsody o Napster, renacido como oferta legal, ya intentaban establecer el modelo. Pero Spotify comenzó a funcionar en el momento oportuno: el iPhone de Apple allanó el camino para que el smartphone se hiciera omnipresente y la ampliación del Internet móvil aseguraba la conexión permanente. No obstante, la empresa sueca tuvo que superar muchas resistencias.
Un punto de discordia fundamental fue el hecho de que el fundador, Daniel Ek, creyera en un modelo de negocio “Freemium” que permitiese usar Spotify de forma gratuita, a cambio de pausas publicitarias y restricciones para saltar canciones. Sin embargo, también existe una variante de pago. La tesis de Ek era: hay que atraer a los usuarios a la plataforma y más tarde intentar persuadirlos de que paguen suscripción.
A la industria de la música, marcada por el trauma de la desbordante piratería online, esta propuesta le daba miedo al principio. Y es que este concepto también implicaba que los artistas y las empresas de música estaban obligados a tenerle paciencia a la versión gratuita de Spotify. Músicos como David Byrne, de la banda Talking Heads, o Thom Yorke, del grupo de rock Radiohead, se quejaban de una pobre remuneración por millones de descargas.
Sin embargo, la realidad terminó por dar la razón a Ek: Spotify tiene hoy 83 millones de clientes por suscripción, de un total de 180 millones de usuarios. Con esto, el servicio sueco es el número uno en el negocio del streaming, por delante de Apple. Además, gracias al éxito de las ofertas de streaming también ha vuelto a crecer el gasto total en música de los consumidores, después de muchos años de sequía.